Cada madrugada el foco rojo miraba a su lado. Sin dudarlo, ahí estaba ella. La luz que daba sentido a su existencia. No era nada mas que un resplandor azul palpitando alrededor de un punto de luz blanca. Pero los rayos que coronaban su constante palpitar, embellecían la bóveda celeste a su alrededor.
Con su gran halo de luz roja, la observaba acercarse hasta posarse a su lado. Cada día, ella se detendría junto a él por un instante. En respuesta, sus rayos palpitarían mas rápido, haciendo que sus reflejos rojos crecerían hasta casi tocar los de ella.
Sin embargo, ella seguiría su camino como siempre, a la misma velocidad y sin cambiar ni un solo resplandor. Y solo por el instante en que ella pasaba junto a él, su mundo se llenaba de mil colores dándole sentido a cada uno de sus rayos rojos.
Algunas noches, las nubes eran tan densas que le impedían ver esa maravillosa luz. Eran esas noches su mayor tormento y aprensión. Porque mientras el cielo le negaba verla, su mundo se caía pedazo a pedazo.
En noches claras, el foco rojo disfrutaba sentir su propia luz palpitar mas rápido cada vez que la veía elevarse en el cielo. Cada noche hacia hasta lo imposible por llamar su atención. Emitiendo miles de señales, entre suspiros de luz y minúsculas chispas, pero nada funcionaba. Era como si ella estuviera ciega.
Nunca la había visto cuando el cielo alrededor cambiaba a un tono claro, que incluso a él le impedía ver su propio resplandor rojo. Pero él creía que la razón era la trayectoria que ella seguía, tan alta en el firmamento que se disipaba de su vista.
Lo que él ignoraba era la verdad. Que ese resplandor del cual estaba enamorado solo parecía ser de su tamaño por la distancia infinita que los separaba.
Aquella estrella ardía a miles de años luz, ignorando la existencia de un mundo dentro de los astros a su alrededor. Cada día luchaba con la furia de su propio ser, el cual sucumbía en soledad dentro de la inmensidad del espacio. Tal vez el saber que a alguien le importaba su existencia, tal vez de haber conocido aquella luz roja, su mundo también hubiera brillado.
Y mientras la estrella orbitaba en la distancia, el foco rojo seguía esperando cada madrugada el ver pasar a su lado el resplandor de luz que tanto amaba. Pues solo mientras aquella luz se posaba lentamente a su lado, sabia él que era su instante de ser realmente feliz.
Que historia tan hermosa! me encanta!!!!
que cosa tan linda de cuento, encantador!